Se cerró la puerta de golpe alisando mi mirada
y el teléfono comenzó a sonar estupidamente allá en su casa
como si la rabia pudiera teletransportarla y contestara
para que yo me quedara en silencio y decirle nada
luego ella golpeando el aparato repitiendo su argumento
los sonidos violentos
suplantando las palabras que no existen para que se mire
se vea contándome una historia que yo ya adivinaba
por que hice el curso
de adivino caminando sobre la cuerda floja con la que no me atreví a no conocerla.
En aquel tiempo (donde me ha llevado todo esto) yo buscaba soluciones al desastre de mis días y apareció ella al otro lado de la puerta, osea todo lo contrario. Pero fué una fiesta bien desorganizada y cumbianchera para reirse de toda la cagada que nos esperaba y que ya se estaba inpacientando por la hora y que decidía ella misma (la tremenda cagada) venir a meterseme en la casa y ocupar la única silla que me quedaba para por lo menos esperar sentada.
Así empezó el jueguito aquel de la silla musical, cuando la canción paraba a veces era ella, aveces yo, el que sentado se quedaba esperando a que el otro llegara. Cuando era yo, me entretenía especulando (quise decir imaginando) con historias de las que nunca me ha gustado escribir, quiza para olvidarlas pronto, tal vez por que imposible me resulta cambiarles nombre a personajes ya que en el fondo no podría llamarme de otra forma.