Hay un maldito duende, que tambíen lleva mi nombre, alojando en la cabeza de una niña. A mí me culpa de los desastres que provoca, del desorden en el que tiene sus idéas. Yo creó que es ella que lo inventa y se arrepiente. De seguro lo castiga encerrandolo en botellas, y borracho, recordando a imagen de quién ha sido creado, devora con crueldad la risa de los muertos que dejó congelándose en el refri. Pero soy yo el que recibe las quejas por el pequeño mounstruo que inconciente ella alimenta con músicas y letras. De continuar todo esto, me veré obligado a hablarle del engendro que se llama como ella y muerde mis recuerdos afilando sus dientes.
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